La mayoría de l@s que me leéis ya tendréis la edad suficiente para haber experimentado la multitud de maneras de sufrir que existen, ya sea por sucesos personales o ajenos. Nuestra mente, desde muy pequeña, comienza a soportar ese desgaste en innumerables ocasiones por razones de distinto tipo. Y los años, lo único que hacen es diversificar ese sufrimiento en infinidad de variantes.

Por tanto, aprender a sufrir adecuadamente es uno de los recursos más útiles que tenemos para conseguir mantenernos estables y encontrar la felicidad. Es el mecanismo de defensa mental adecuado para no temerle a la vida.

Ya he comentado en otros artículos que mi trabajo me ofrece la posibilidad diaria de ver el sufrimiento humano muy de cerca (quizás demasiado…). Personas que conviven directamente con el dolor, la angustia, la desolación, la desesperanza. He tenido la posibilidad de comprobar cuáles son las claves a poner en práctica para controlar dichos impactos vitales. En este artículo, quiero dejar patentes sólo algunos de esos mecanismos que, como siempre aclaro, es cuestión de conocerlos y entrenarlos.

El primero de ellos, y para mí el más importante, es la adecuada gestión de las expectativas. Sobre todo porque es el origen de la mayoría de las frustraciones que existen. No podemos partir de supuestos tan irreales como que “el ser humano no debería sufrir”. TODO ser vivo sufre; por tanto, el punto de partida es saber que sufriremos, y el objetivo a conseguir es hacerlo de la manera adecuada. Incido en este primer punto porque aunque es una reflexión obvia, la mayoría de las personas que comparten su sufrimiento conmigo no esperaban que ese factor de sufrimiento apareciera en su vida: unos padres que siguen exigiendo o esperando cosas desproporcionadas de sus hijos, una ex-pareja que se comporta de la misma manera de siempre, una enfermedad que aparece en la familia, ese jefe que no valora lo que hacemos y que sólo nos exige cada vez más…La vida está llena de sucesos y TODOS nos pueden ocurrir. Por tanto, afrontar ese primer impacto de manera racional y previsora nos asegura, por lo menos, que no nos bloqueemos y perdamos tiempo en preguntarnos constantemente “por qué a mí”.

El segundo de ellos sería no hacer depender nuestra felicidad de factores externos a nosotros. La estabilidad emocional está exclusivamente en nuestras manos. Si la hacemos depender de lo que sea o de quién sea, estaremos entrando en una relación de dependencia, con el consiguiente peligro que eso conlleva. Por tanto, el máximo y único responsable de nuestro estado de ánimo somos nosotros mismos. Dejad de culpar al vecino, al karma o al universo de lo que os ocurra. Y recordad: las cosas tienen que pasar, pero depende de ti cómo las vivas.

El tercero sería convencernos, de una vez por todas, que el sufrimiento genera crecimiento. ¿Conocéis a mucha gente que haya dado un salto de calidad mental en los momentos de felicidad?. El dolor propicia el momento perfecto (quizás no inmediato) para evaluar, reflexionar y sacar conclusiones de muchas cosas que nos están ocurriendo. Es la ocasión adecuada para crecer internamente y seguir avanzando. Un ejemplo de ello sería el siguiente: el sufrimiento nos vuelve más empáticos y empezamos a entender, en mayor medida, los comportamientos de los demás. Es decir, nos acaba volviendo más humanos y más lúcidos (como para no valorarlo…). Por tanto, y aunque todo esto no signifique que “busquemos y queramos sufrir”, sí podemos verlo como una gran oportunidad para sacarle todo el partido posible.

Siempre digo que no quiero evitar tener problemas, sino poseer la capacidad de adaptarme a los que vengan y afrontarlos adecuadamente. No huyo de la vida, ni le tengo miedo: la afronto sabiendo que si controlo mi mente, el sufrimiento no podrá conmigo.

Os animo a que trabajéis con vuestra mente, que la hagáis fuerte y resistente, poniendo en práctica los recursos mentales al alcance de todos. Es la única manera de poder disfrutar de la vida a pesar de las adversidades.

Compartir!