Los que me conocéis sabréis que suelo hacer referencia a la “fama” que tienen ciertas palabras de nuestro vocabulario. Con “fama” me refiero a la reputación o significado que les damos, socialmente hablando, a ciertos vocablos que utilizamos diariamente. Es más, en la mayoría de la ocasiones, ese significado social eclipsa o elimina la verdadera definición de la palabra.
Un ejemplo claro es la palabra “error”. Es difícil utilizar una frase con dicha palabra que conlleve un significado positivo. Consideramos al error como esa denostada acción que logra tirar por tierra toda la trayectoria brillante que una persona llevaba hasta ese momento. Da igual la importancia del mismo; incluso a veces, nos sentimos poderosos, emocionalmente hablando, cuando otros cometen errores y nosotros no.
Pocas personas consideran al error como verdadero motor de cambio. La confusión considero que está en el término según lo empleamos, es decir, no por cometer errores hay que juzgar, criticar, enjuiciar, tachar,…a una persona. El error viene inherente al ser humano y NECESITAMOS, y digo bien, necesitamos de los errores para crecer y mejorar nuestra personalidad. No podemos olvidar que gracias a los errores podemos aprender y mejorar.
Por tanto, el secreto está en el uso que hacemos de dicho error; en lo que hacemos con él una vez cometido. Caer en la misma piedra es algo que tenemos que evitar como sea (“Caer una vez, es de humanos; cogerle el gusto, es de tontos”). Como he dicho anteriormente, el error nos permite salirnos de una dinámica que llevábamos hasta dicho momento y nos brinda la oportunidad de mejorar y crecer.
La mejor manera de hacerlo es a través del arrepentimiento. De todos es sabido que llevamos a un inquisidor dentro; pero cuidado con aquellas personas que llevan a la “Santa Inquisición” al completo. Machacarnos después de haberlo cometido, regodearnos en las malas sensaciones que se han generado, recordar una y otra vez lo ocurrido intentando buscar una explicación, maldecirnos porque podíamos haberlo hecho de otra manera,… etc, no lleva a nada constructivo. Es cierto que tenemos que “trabajar” ese error, pero con cuidado. Al igual que es una fuente de mejoría, también puede ser una oportunidad de comenzar un declive emocional.
El error hay que descomponerlo, identificando las causas y las consecuencias del mismo. Pero sobre todo, el paso más importante es la determinación de objetivos futuros para no volver a cometerlo. Sé que es una obviedad, pero muy pocas personas que conozco llegan a ese punto y, los que consiguen llegar, no lo ponen en práctica. Normalmente se quedan en el primer paso, haciendo del hecho una obsesión que, poco a poco, los aniquila. Si no hay un cambio en el comportamiento o en las creencias que nos ha llevado a cometerlo, no estamos obteniendo lo que el error nos ofrece.
La autoestima se compone de diversas facetas. Una de ellas (y para mí, la más importante) es el buen o mal uso que hacemos de nuestros errores. Si queremos que nuestra autoestima sea fuerte y duradera, el tipo de proceso que sigamos en este sentido, determinará el resultado de la misma.
Dejemos de identificar errores en los demás, de juzgarlos, de cebaros con ellos, y comencemos a comprobar qué tipo de proceso seguimos con nuestros errores. Es necesario cometer errores, al igual que lo es aprender de ellos.
Y tú, ¿qué haces con los tuyos?
Yo con mis errores?? Les hago pequeños para que ellos me puedan hacer grande.
Nago.
Trato de sacar una enseñanza positiva, que me haga mejor persona y sea duradera.
Aquí Raquel.Yo a mis errores les hago la autopsia. Comprendo por qué los cometí, sin que esto suponga una justificación, porque no deja de ser eso, un error. Lo acepto, pero algunos no dejan de darme coraje haberlos cometido. Me arrepiento de algunos de ellos, pero de estos aprendo que soy humana y me permite ser más compasiva con los demás y más humilde. No sé si esto es gestionarlos bien o mal, pero en el fondo los errores no se olvidan. Quizá sea mejor así, para no volverlos a cometer. Digo yo.