Siempre se ha dicho que los profesionales destacan, unos de otros, por la calidad de su trabajo, por el trato humano que dan a sus clientes y por los resultados que obtienen con sus conocimientos. Todos hemos conocido profesiones que han ejercido gran influencia (negativa o positiva) en nosotros cuando hemos hecho uso de ellas.
Pero pocas veces se habla del paciente, de esa persona que se pone en manos de otra para poder salir de una situación problemática. Ser paciente no es nada fácil y, mucho menos, en el mundo de la Psicología. Tenerque asumir, un día cualquiera, que nuestro problema no lo vamos a poder solucionar por nosotros mismos y que necesitamos una ayuda exterior, es todo un gesto de humildad y de superación.
Pero la pregunta que se hacen muchas personas es ¿en qué momento debo mostrar tanta humildad? Es importante que la persona utilice todos sus recursos para poder salir de una situación conflictiva, pero tiene que marcarse un límite muy importante en ese proceso: el desgaste que está sufriendo con todo ello. Ese desgaste psicológico (somatizado normalmente en llanto recurrente, ideas obsesivas, falta de concentración, desesperanza, insomnio, etc), es el detonante de dar el salto y dejarnos ayudar por otra persona.
El problema es que a partir de ese momento comienza lo verdaderamente importante y lo que exige mayor entrega. Hay muchas personas que se sienten aliviadas exclusivamente por el hecho de haber dado ese paso y estar sentada delante de un Psicólogo. Pero no basta con haber acudido; se exige de ellos, varias facetas necesarias para que los resultados sean los esperados: sinceridad absoluta, paciencia e implicación en el proceso. Pero todo ello, se puede resumir en una capacidad que muy pocas personas suelen tener y que decanta claramente la recuperación de un paciente: “abandonarse” en las manos del Psicólogo y confiar ciegamente en él. Si esto no se consigue, estamos utilizando erróneamente un recurso muy valioso de resolución de nuestro problema.
No podemos acudir a un Psicólogo con la intención de rebatir, sino de dejarnos aportar por él. No es cuestión de no expresar lo que sentimos o creemos, sino de saber que ese planteamiento nos ha llevado a pedir ayuda y que, por tanto, no nos está haciendo ningún bien.
Al concluir la terapia, muchas personas me han preguntado ¿y ahora qué? Eran personas que venían con una visión de la vida muy reducida, con anclajes pasados, con escasa utilización de sus recursos,…, y se van con una sensación de autocontrol y con una filosofía de la vida que difícilmente vayan a encontrar en otra persona. Y sí, se sienten distintos a los demás. Y entiendo que no sea fácil ser feliz en “ese mundo” que se han encontrado tal y como estaba. Pero lo importante es nuestra felicidad interior, lo que sintamos en nosotros mismos. Sigo y seguiré pensando que hay muchas personas interesantes en este mundo y que tenemos que tener una buena actitud para poder dar con ellas. Ese es uno de los retos del ser humano.
Aprovecho este espacio para dar las gracias a todas esas personas que “se abandonaron en mis manos” y que lograron superar sus problemas o, aquellas que, simplemente, obtuvieron de mí algo valioso para su vida. Son ellas las que dan sentido a mi trabajo y las que hacen que siga creyendo en la Psicología.
¡GRACIAS POR SER BUEN@S PACIENTES!
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