Siempre he creído que las decisiones que se toman a lo largo de la vida determinarán el tipo de destino que tendremos. Muchas de esas decisiones producirán un gran impacto en nuestro devenir, como por ejemplo, dónde y qué estudiar, qué persona será la que comparta con nosotros la vida, decidir si tener descendencia o no… Son decisiones en las que nuestro grado de responsabilidad será casi absoluto.
Pero hay otros muchos sucesos que viviremos y que no dependerán de nosotros; acontecimientos en los que seremos meros espectadores iniciales y en los que nuestra capacidad de elección se verá reducida a 0. Serán situaciones que nos vendrán impuestas por el azar o por la misma naturaleza de la vida.
Por tanto, teniendo en cuenta ambos tipos de situaciones, podríamos llegar a la conclusión de que no somos totalmente libres para decidir el tipo de vida que queremos vivir (aunque el mayor porcentaje de responsabilidad siga siendo nuestro). Eso no significa que nos tengamos que sentir “marionetas” en manos del destino. El objetivo a conseguir será actuar de manera cauta a la hora de tomar esas decisiones y dejarnos aconsejar SÓLO por aquellas personas de nuestro entorno con capacidad para ello.
Pero este artículo no va encaminado al primer tipo de decisiones; me centraré en aquellas que nos vienen impuestas, en cómo saber adaptarnos a ellas y en la manera de “sacarles partido”, evitando así tener el sentimiento de “barco a la deriva” que muchas personas padecen. Personas cuyo principal sentimiento se basa es sentirse condenadas por un destino que ha elegido por ellas.
Pues bien, dentro de este segundo tipo de situaciones me centraré en un aspecto muy concreto, importante y significativo para todos: la familia, y más concretamente, en los hermanos.
La familia no se elige. Eso lo sabemos. Siempre me he preguntado cómo sería mi manera de ser y mi personalidad si no hubiese “caído” en la familia que tengo. Y mi conclusión es que al final, entre la genética y el entorno en el que nos desarrollamos, podríamos haber sido de mil maneras diferentes. Eso me hace pensar que nuestro nivel de empatía con respecto a los demás tendría que ser mucho mayor, ya que nosotros mismos podríamos haber sido una de esas personas de nuestro entorno a las que tanto criticamos por su manera de ser.
Por tanto, si no podemos elegir a la familia que nos tocó, tendremos que saber adaptarnos a ellos de la mejor manera posible. Es nuestra obligación como seres humanos encontrar la forma de convivir con ellos y dejarnos aportar.
En mi trabajo me encuentro con verdaderas familias desestructuradas que han generado grandes traumas a sus hijos. Familias que aún siendo adultas no han sabido conseguir ese trato cordial que tanto predico en mi consulta y que hay que saber conseguir de la manera que sea. Aún así, de este tipo de familias también podríamos sacar grandes enseñanzas para nuestra vida.
Pero a diferencia de otros escritos, este artículo no va a consistir en recomendar una serie de pautas para llegar a esa relación familiar “adecuada”. Quiero aprovechar estas letras para hacer un pequeño homenaje a mis hermanos porque, en gran medida, gracias a ellos, soy lo que soy.
Los que me conocéis un poco sabréis que tengo dos hermanos: uno mayor y una menor. Por tanto, tengo el privilegio de haber podido “heredar” de ambos muchas experiencias y maneras de vivir que me han curtido mi manera de afrontar la vida.
Cuando pequeños, mi hermano mayor consiguió, probablemente sin quererlo, convertirse en esa persona que TODOS necesitamos: cercano, amigo, protector, compañero de juego, consejero, confidente… Fue el gran maestro del que aprendí centenares de cosas. Me ayudó a crecer, a madurar, a desarrollar capacidades que ni yo sabía que tenía…me enseñó a vivir. Actualmente, además de seguir siendo un apoyo fundamental en mi vida, lo admiro como profesional porque ha conseguido ser un verdadero referente para muchos compañeros de su gremio. Cada día, sigo aprendiendo de él.
De mi hermana, y aunque más pequeña, me nutro cada día. Siempre digo que es la más completa de la familia. Creo que se ha llevado lo mejor de cada uno. Por tanto, y todo el que la conoce estará conmigo, es un verdadero placer tratarla y compartir momentos con ella. Es la persona que me enseña lo que es la bondad, la entrega sin pedir nada a cambio, la humidad por encima de todo, la capacidad de autogestión llevada a su máximo exponente… Además, al ser compañero de profesión, hablo con conocimiento de causa cuando digo que hace de sus casos verdaderos retos en los que se implica hasta sus últimas consecuencias. Para mí, y sin que me mueva el sentimiento, es un lujo tener una Psicóloga de esta calibre en nuestra ciudad.
Y con este panorama (del que siempre estaré eternamente agradecido) ahora viene la moraleja. Una cosa es que haya tenido suerte de haber “caído” en esta familia y otra saber aprovechar la oportunidad. Mi función siempre fue querer aprender de cada uno, dejarme aconsejar, exprimirlos al máximo, ya fuésemos pequeños o adultos. Es decir, no sólo tenemos que tener suerte, sino aprender de ella.
Veo como muchos de mis pacientes se quedan exclusivamente con los aspectos negativos que su familia les genera, de los problemas que les acarrea, haciendo críticas constantes y resaltando sus aspectos negativos. Pero en todos los casos, tienen la oportunidad de sacar algo en claro de todas esas experiencias, aunque sean negativas (de cuyo modelo tendrán que alejarse).
No os podréis considerar poco afortunados si no habéis puesto en práctica mil y una medida para conseguir aprender de ellos. Pararos a ver cómo son y por qué actúan así, en qué podéis ayudarlos, qué podéis aprender de ellos, por qué la vida os ha puesto en ese lugar… No quedaros simplemente en el dolor y la rabia; hay mucho más detrás de esas emociones.
Si somos capaces de mirar más allá, de ser humildes, de querer mejorar, de esforzarnos en tener paciencia y comprensión, de implicarnos cuando se nos requiere sin pedir nada a cambio, de ser generosos con ellos, de dedicarles tiempo cuando no lo tenemos…estaremos aprovechando la vida y la oportunidad de seguir mejorando.
GRACIAS HERMANOS.
Te felicito por tu escrito, por tu sapiencia en el tema que tratas y porque nuevamente apelas a la familia como un gran bastión de tu vida. Enhorabuena
Muchas gracias, Emilia. Sabes que intento sacarle partido a todo lo que ocurre en mi vida.