Una situación con la que me encuentro normalmente en consulta cuando trato a familias en la que nos niños están en la adolescencia, es el tipo de comunicación existente entre ellos y sus padres. No es difícil comprobar cómo uno de lo referentes se siente aislado en esa comunicación y, por ende, minusvalorado en su función de educador.

Los motivos aparecen en la infancia, cuando el niño necesita sentirse escuchado y comprendido. Además de la incompatibilidad de horarios que ayuda a no poder prestarles todo el tiempo ni la calidad emocional suficiente como para potenciar dicha práctica, existen varios factores que tendríamos que tener presentes para evitar esas futuras consecuencias negativas.
  • Escucha activa: de entrada, hay que saber escurcharlos sin juzgarlos ni cuestionarlos. Sé que hay veces que lo narrado por ellos nos fuerza a desempeñar el rol represor inmediatamente. Pero eso hace que el niño se cierre y no confíe en nosotros. No podemos olvidar que nuestro objetivo es que se abran y accedamos a ese mundo interior que tienen.
  • Atender a sus sentimientos: no podemos dejar de lado su parte emocional, lo que sienten y experimentan. Hay que ayudarles a conocer sus sentimientos y a saber identificarlos y diferenciarlos, para después, guiarlos en el control de los mismos.
  • Paciencia: teniendo en cuenta la falta de tiempo de nuestra sociedad actual, es fundamental dejar que el niño se exprese con toda la tranquilidad que quiera. Quizás, lo que realmente nos quiere expresar, no aparezca hasta pasados unos minutos.
  • Frases abiertas: además de poder utilizar preguntas abiertas para que puedan expresarse libremente, es importante que los niños piensen y reflexionen. Y una manera adecuada sería mediante frases del tipo “hoy te veo raro”, en vez de “¿qué te pasa?”; de este modo, evitamos que el niño se sienta observado e interrogado, ayudándole de ese modo a poder expresarse sin presión.
  • Comprensión: no podemos olvidar que son niños, es decir, no nos hablarán de política ni de problemas económicos, sino de recreos, cumpleaños y “profes”. Pero para el niño son sus problemas, su mundo, y no por ello tenemos que quitarles importancia. Piensa en tu infancia, en lo importante que eran para ti cosas que hoy pasarían desapercibidas.
  • Prestar atención: cuando escuchamos a un niño, escuchamos al niño. Es decir, nuestra atención tiene que ser sostenida y centrada en él, en lo que expresa, en su lenguaje corporal y en sus emociones. Por tanto, dejemos otras actividades y dediquémosles ese tiempo a ellos.
  • Mostrar curiosidad: a todos nos agrada que se preocupen por nosotros y por nuestra vida. Nos sentimos importantes y que aportamos algo esencial a la convivencia. Pues en el caso del niño mucho más; cuando le preguntamos y nos interesamos por sus cosas, el niño mejora en su autoestima y potencia sus habilidades sociales.
Si queremos evitar situaciones de desplazamiento emocional por parte de nuestros hijos cuando lleguen a ciertas edades, el momento de afianzar lazos comunicativos es ahora. 
¡Un poco de esfuerzo presente nos ayudará a ser más felices en el futuro!
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