Existe la creencia generalizada de que la autoestima es una faceta de la personalidad que se gesta en la adolescencia y que, por tanto, no es hasta ese momento cuando debemos atenderla. Pero, como en la mayoría de los recursos psicológicos que poseemos, es en la edad inicial de la vida cuando tenemos que ocuparnos de dicho desarrollo.
Tener un nivel adecuado de autoestima es fundamental para poder desarrollar nuestras capacidades y para tener una vida satisfactoria. La actitud de los padres es fundamental para que los niños aprendan a valorarse a sí mismos.
La Autoestima la podemos definir como la diferencia entre cómo pensamos que somos y cómo nos gustaría ser. Cuanto menor sea esa diferencia, mejor será nuestra autoestima.
La formación de la autoestima en los niños depende de dos factores: por un lado, el propio temperamento del niño que se ha determinado genéticamente y, por otro, el ambiente en el que el pequeño vive. Por tanto, es en este segundo factor en el que podremos incidir como padres, ya que nuestro comportamiento será fundamental en todo el proceso.
El primer requisito que debemos cumplir con nuestros hijos es aceptarlos tal y como son, intentando que mejoren a través del esfuerzo y el aprendizaje, pero teniendo expectativas realistas. Si le exigimos más de lo que pueden dar, sólo conseguiremos crearles inseguridad y frustración.
Algunas ideas para trabajar la autoestima son:
  • las reprimendas y castigos deben ir unidas al concepto de aprendizaje, haciéndoles ver que el objetivo de éstos es el de mejorar su educación y no una simple consecuencia de nuestra ira y nuestro enfado. Esto se consigue no dejando el castigo huérfano de un diálogo posterior que conlleve una explicación de lo sucedido.
  • darles la posibilidad de tomar decisiones y asumir responsabilidades, mostrando, desde nuestra parte, confianza en sus capacidades para llevar a cabo determinadas tareas. Por ejemplo, podemos encargarles el cuidado de una mascota, el orden y la recogida de sus juguetes, el desempeño de alguna tarea doméstica,…
  • debemos cuidar nuestro lenguaje; cuando el pequeño cometa algún error, no debemos generalizar con frases del tipo de: «¡eres un desastre!», «no das una a derechas», «todo lo haces mal», «eres torpe»,…sino hacerle ver su equivocación, mostrarle las consecuencias que puede acarrear su actuación e intentar que ese error le sirva de aprendizaje para no cometerlo en un futuro.
  • mostrarles confianza y cariño, ya que es la mejor manera de que el niño se sienta valorado y, por consiguiente, sea capaz de valorarse también a sí mismo.
  • estar pendiente a síntomas como: timidez excesiva, rehuir las actividades sociales, utilizar con frecuencia frases negativas sobre sí mismo del tipo de «todo lo hago mal», «nadie me quiere», «esto sólo me pasa a mí», evitar cualquier nueva actividad por miedo al fracaso. Serán señales de que algo no va bien.

Y todo esto para evitar sentimientos futuros de indecisión, desánimo, angustia, estados depresivos, comparación negativa constante con los demás, excesiva  influencia por «el qué dirán», incapacidad para realizar nuevos proyectos,…
Si queremos evitar que nuestros hijos terminen desarrollando una personalidad apática, con falta de motivación y sin esperanza ante la vida, tendremos que trabajar dichas facetas.
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