Que el ser humano está diseñado para la vida social, es algo obvio. Muchas de nuestras peculiaridades físicas y psíquicas están creadas para la interrelación social: la boca, las manos, las piernas, la mente, las habilidades sociales, etc. En definitiva, necesitamos y tenemos que relacionarnos con los demás. En nuestro cerebro, existe un parte importante que sólo se puede desarrollar mediante la conexión social.
Pero cuando hablo de entorno social no me refiero al típico grupo de amigos que quedan para pasarlo bien y poco más. Esa parte social que necesitamos se encuadra dentro de un ámbito social en el cuál cuenten con nosotros, desempeñemos un rol adecuado, nos sintamos importantes, planifiquemos objetivos conjuntos, sirvamos de apoyo para muchos de ellos, podamos desahogarnos cuando lo necesitemos, etc. Es decir, que ese “micromundo social” nos aporte y nos haga crecer como personas.
El problema está en el momento en el que interpretamos que ya no es necesaria esa vida o que hay exigencias que tienen que excluirnos de la misma. Normalmente, ese momento, ocurre cuando comenzamos a vivir una relación de pareja.
No es extraño comprobar cómo muchas de las parejas que conocemos se han aislado de esa vida social conforme se han ido conociendo. Es lógico que el furor del comienzo en una relación nos haga olvidarnos del resto del mundo. Pero debemos y tenemos que luchar contra ello. Sabemos que, tarde o temprano, necesitaremos de esas personas para que nuestra relación no entre en una rutina.
Si obviamos este hecho, caeremos en el error de privarnos de “oxigenar” a la pareja; no podemos centralizarnos en el otro y en nada más. Eso hará que los problemas sean más graves de lo que son, que los defectos del otro sean mayores, que la insatisfacción de vida sea peor de la que es, etc. Y en ese momento, pensaremos que nuestra relación no tiene futuro, cuando lo que está ocurriendo realmente es que no estamos haciendo nada por cuidar la “oxigenación” de los pensamientos y los sentimientos. No somos mejores parejas cuanto más tiempo estemos con ella, sino cuanta más calidad de tiempo le demos. Y para conseguir esa calidad, es fundamental que nos sigamos desarrollando como personas, y que el grupo nos aporte, de manera individual o en pareja, todo lo que tiene para nosotros.
No defiendo la vida social ante cualquier otra circunstancia; simplemente abogo por cuidar un aspecto innato del ser humano, porque si lo hacemos, estaremos ayudando a que nuestra mente y nuestra objetividad ante la vida (y ante la pareja) no se pierda, y nos ayude a mantenernos mentalmente activos y sanos. Es cierto que una nueva pareja, y en mayor medida la llegada de niños a la misma, hacen que nuestros tiempos se reduzcan abismalmente. Pero si queremos que esos niños se desarrollen en un entorno adecuado, tendremos que hacer para que sus referentes sean personas mentalmente felices y equilibradas.
No olvidemos esa faceta del ser humano. Trabajémosla y terminará siendo un “colchón emocional” sobre el que combatir los envites de la vida.
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