De todos es sabido que el refranero español está lleno de referencias y enseñanzas de la vida. En concreto, uno de ellos, al que hago referencia en estas líneas, es uno de los más extendidos y utilizados.

Llevo años encontrándome con pacientes en la consulta que, basándose en el famoso «mal de muchos, consuelo de tontos«, y tomándolo como referencia en su día a día, se adentran en un rol pasivo y de pesimismo que, poco a poco, los aniquila psicológicamente. El perfil de este tipo de personas se compone normalmente de la apatía, el descontento, la queja constante, el «tengo muy mala suerte en la vida» como eje principal de su pensamiento, etc. En definitiva, hablamos de un tipo de personalidad que es muy extendida en nuestra sociedad y que no beneficia en absoluto a la obtención del éxito y la felicidad.

Entiendo y acepto que como los problemas de «uno», no hay otros. Pero esa filosofía de vida, ni es objetiva, ni nos hace ningún bien. Todos padecemos enfermedades, desajustes psicológicos, problemas emocionales, etc, pero hay grados, tipos y categorías. No podemos caer en el error de magnificar todo lo que nos pasa y pensar que nuestro grado de sufrimiento tiene que tener un nivel determinado. Cada persona asimila dichos síntomas de la mejor forma posible, pero la concepción de la vida que tengamos marcará, en gran medida, nuestra recuperación.

Vivimos en una sociedad en la que todos los días ocurren situaciones dramáticas a nuestros alrededor que, normalmente, no atendemos ni reparamos como debiéramos. El objetivo no es martirizarnos, pero sí ser my conscientes de la cantidad de situaciones que no nos ocurren. Hablo de situaciones como enfermedades terminales, despidos, duelos traumáticos, shock emocionales de parejas, … Tenemos la obligación de reflexionar sobre ellas y, además de intentar ayudar en la medida de nuestras posibilidades, alegrarnos porque ninguna o, la mayoría de ellas, no nos ocurren ni nos han ocurrido. No podemos caer en el error de pensar que las desgracias humanas no nos competen; todos «jugamos en la misma partida», y si tenemos la suerte de continuarla con calidad y evitando dichas desgracias, tendremos la función moral de irradiar esa felicidad a todas las personas que no cuentan con la misma suerte. Nunca sabemos cuando nos tocará (ni si nos tocará alguna vez).

Nuestra capacidad mental y de sufrimiento tiene límites; no podemos descuidarla ni sobrecargarla con emociones negativas dramáticas cuando realmente no tienen tal tipología. No podemos sufrir por situaciones catastróficas cuando nunca llegan a ocurrir. Todos tenemos la obligación de minimizar lo negativo que nos ocurre y maximizar los buenos momentos o, incluso, los cotidianos. No olvidemos que la rutina, tan detestada en nuestra sociedad actual, se vuelve excelente cuando la perdemos.

El ser humano es el único ser vivo capaz de imaginar y prever situaciones futuras. Por tanto, tenemos una ventaja con respecto al resto de los seres vivos que debemos aprovechar. No necesitamos perder lo que tenemos para darle el verdadero valor. Simplemente basta con pararse a pensar la de «cosas» que poseemos y que algún día pueden no estar. Es entonces cuando tendremos que valorar nuestra vida, todo lo que nos rodea, a nuestros semejantes, etc.

Todos nos quejamos de que «nunca nos toca el sorteo de la lotería» y maldecimos por ello. Pero ¿alguna vez pensamos en la de veces que no nos tocan las desgracias de la humanidad?…

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