El apego o conducta de apegoes aquella que lleva a que una persona alcance o conserve la proximidad con respecto a otro individuo diferenciado y preferido, del que recibe seguridad y apoyo. Hablamos que el apego se convierte en la fuente principal de seguridad en la infancia y una de las fundamentales en la vida adulta. De él depende nuestro crecimiento emocional
El precursor de dicho término fue el psicólogo y médico John Bowlby, que defendía que “tener una figura de apego, era tan importante como satisfacer las necesidades básicas de dormir, comer, conocer, etc”. Esa relación de apego se establece en las primeras semanas y meses de la vida del bebé, momento en el que se están estableciendo la mayoría de las emociones. Por tanto, esa relación se puede ver muy influenciada por la relación y estado emocional de los referentes paternos: padres intermitentes, padres fríos y distantes entre ellos y con el niño, estados depresivos,…En estos casos, y para evitar carencias importantes en sus hijos, la mejor opción es que busquen ayuda profesional para equilibrar y resolver dichos problemas.
Durante la vida del individuo, la relación de apego que se generó en la infancia, se mantendrá con la persona referente (normalmente, la madre), además de resistir al paso de los años (todos hemos oído comentarios del tipo “madre no hay más que una”, “…es que mi madre, es mi madre…”). Incluso, en cada nueva situación conflictiva de la vida, recurrimos a dicha persona (por ejemplo, llorar y desahogarnos con ella).
Ese papel de referencia, lo pueden representar otras personas cuando llegamos a la edad adulta. Es más, tendemos a buscar una persona que se asemeje a esa figura de apego, evaluando de manera exagerada y sobrevalorando aquellas conductas de sensibilidad, protección, calidez, etc, que nos dieron.
En definitiva, el apego se convierte en la semilla de nuestra inteligencia emocional, la cuál, iremos moldeando con las experiencias que vayamos viviendo. Los padres, cumplen una función primordial en la consecución de este objetivo; por tanto, el cuidado en los primeros meses de vida, son primordiales para el buen desarrollo del niño.
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