De alguna manera, todos somos responsables en crear un entorno de vida saludable. Nos bombardean desde diferentes medios en la idea de cuidar del medio ambiente, de los animales, de la limpieza de nuestras ciudades, de la forma física de nuestro cuerpo… Básicamente, estamos inmersos en la “Era del cuidado”. Y sin duda, todos son aspectos que, en mayor o menor medida, conseguimos tener en cuenta e intentamos darle la calidad que se merecen.
Pero mi escrito esta vez va dirigido a aquello que no tiene tanta publicidad (por no decir ninguna); a una vertiente de nuestra vida que todos conocemos, practicamos y que, a la vez, contamina diariamente nuestras mentes: la negatividad. No hay campañas para dejar de ser negativos, para dejar de criticar a los demás, para no caer en la envidia ni en la continua queja por todo. De esto no hay nada. Es más, probablemente sea la práctica más extendida de nuestra sociedad actual.
Tenemos programas de televisión especializados en esta faceta y revistas dedicadas a ello en exclusividad. Pero para mí, la práctica más peligrosa es la que hacemos TOD@S en nuestro día a día. Si nos paráramos a escuchar las conversaciones habituales en tertulias, comidas de amigos, reuniones familiares, etc, acabaríamos teniendo claro que la mayoría de ellas han versado sobre críticas a los demás, quejas sobre algún aspecto de la vida, comentarios sobre noticias negativas o descripciones pesimistas sobre alguna situación vivida.
En mi caso particular no voy a hablar de mi faceta como Psicólogo, ya que dicha vertiente comunicativa está implícita en el trabajo como terapeuta. Pero en mi faceta personal tengo muchos ejemplos con los que convivo frecuentemente y que me indignan cada vez que topo con alguno de ellos. En esta ocasión, tomaré como ejemplo el último que he vivido y sigo viviendo.
Como muchos de vosotros sabréis, hace poco he sido padre. Pues bien, durante todo el proceso de embarazo, e incluso a día de hoy, la mayoría de los comentarios que he podido escuchar han sido del tipo “ufff, ya verás lo que te queda”, “a partir de ahora no vas a volver a dormir bien en tu vida”, “se te acabó tu independencia para siempre”…y algunos de los de ahora son “pues esto no es nada, deja que crezca”, “aprovéchate ahora que es pequeña porque después…”, “¿una niña?, no te va a doler nada la cabeza…”. Y lo mejor de todo es que la mayoría de esa gente han sido padres en varias ocasiones…
Y yo me pregunto: ¿realmente es necesario?, ¿sirve de algo?, ¿ayuda de alguna manera?. La respuesta es un NO rotundo. Pero parece que la gente está deseando escuchar o vivir algo para resaltar la parte negativa de la historia.
La vida es mucho más bonita que todo eso. La vida se puede mirar desde la positividad, desde el optimismo, desde la esperanza, desde la valoración al otro en positivo. ¿De verdad que cuesta tanto aportar esto a los demás? ¿De verdad que no podemos hacer un examen de conciencia y evaluar qué tipo de mensajes estamos expresando? ¿No sería más sano para todos si nos esforzáramos un poquito en transmitir buenas palabras y emociones?
Para mí éste es un tipo de contaminación muy peligrosa por el carácter implícito y aceptado que tiene en la sociedad. Y desde mi punto de vista profesional aprovecho para decirle a todas esas personas que este tipo de comentarios puede generar mayores desajustes emocionales de lo que creen si caen en mentes débiles.
Por tanto, no os quitéis responsabilidad cuando habléis de que existe un mal ambiente donde vivís o trabajáis. TOD@S, y digo TOD@S, tenemos una misión que cumplir: cuidar de nuestro lenguaje, de nuestros discursos y de lo que expulsamos por la boca.
Os invito a que dediquéis una semana de vuestra vida a tener como objetivo no hablar de males ni de cosas negativas, y que todo lo que comentéis con los demás sea neutro o positivo. Vamos a ver qué ocurre.
Pensad: si todos tuviéramos esa misión, ¿no ayudaríamos a que la vida fuera más llevadera?